Portada Antonio Morales


MAESTRAS RURALES

El Día Internacional de las Mujeres Rurales, que la ONU ha fijado para el 15 de octubre de cada año, pretende reconocer el imprescindible papel que estas mujeres juegan en la agricultura, la ganadería, el emprendimiento y en la fijación de la población al medio. Coincidiendo con esa fecha el Cabildo de Gran Canaria, con la participación de las áreas de Igualdad y Soberanía Alimentaria fundamentalmente, organizó distintas actividades con la pretensión de visibilizar el papel de la mujer en nuestras zonas del interior de Gran Canaria.

En el marco de esa conmemoración y en colaboración con la Asociación de Desarrollo Rural de Gran Canaria (Aider), el pasado día 17 de octubre el Patio del Cabildo acogió un acto de reconocimiento y de agradecimiento al trabajo educativo y social que han realizado las maestras y los maestros de las escuelas rurales de Gran Canaria durante décadas y que ha sido muchas veces  ignorado o silenciado. 

Las escuelas rurales han conservado nuestros campos tanto como la lluvia, con la particularidad de que en ocasiones el agua nos faltaba y las maestras y maestros, siempre estaban allí a lomos de mula, a caballo cuando podían o andando largos kilómetros hasta acceder a los rincones más alejados de esta hermosa isla que abunda en barrancos, lomas y laderas. Son cientos los relatos  que nos hablan de las peripecias para mantener abiertas las escuelas, a principios del siglo XX, en todos los rincones de la isla, superando las inclemencias del tiempo o la orografía del terreno. Han sido y siguen siendo espacios de formación democrática, de liberalización de la mujer, agentes de cambio y transformación. Pienso ahora, por ejemplo, en las escuelas del Toscón de Tejeda o del Hornillo en Agaete. Significó una proeza abrirlas y mantenerlas abiertas durante décadas. No hubo institución que llegara a tantos sitios como la escuela, afortunadamente.

Las escuelas que nacieron en el frío de la montaña, como titula bien Pedro Socorro, supieron y saben calentar los sentimientos, las mentes, las habilidades de chiquillas y chiquillos capaces de grandes metas, porque se han educado en la austeridad, en el trabajo y en el amor a su tierra. 

Las escuelas rurales han permitido, durante decenios, que las familias pudieran permanecer junto a los cultivos, cerca de los frutales o cuidando el ganado porque sus hijos tenían un lugar donde recibir, por lo menos, las primeras reglas y las primeras letras. Las escuelas rurales se han pegado al terreno tanto que han formado parte de la cultura popular y nos han permitido conservar y transmitir tradiciones y conocimientos mantenidos durante siglos. Han jugado un auténtico papel compensador. Las mujeres y hombres del campo tienen una cultura arraigada, conocen como nadie los enigmas de la naturaleza, los secretos del clima, los rincones de la geografía, los dichos y sentencias de los mayores, las tonadas y estribillos que alegran las fiestas. Pero todos estos conocimientos no tenían, ni tienen reconocimiento oficial aunque constituyan auténticas enciclopedias. 

Para facilitar a sus hijos y a sus hijas esas credenciales surgió una escuela que pretendió acercar a toda esa juventud las oportunidades que desde finales del siglo XIX disfrutaban las clases urbanas adineradas. Los relatos agradecidos de profesionales, de técnicos, de empresarios, de artistas que le deben a esas escuelas el éxito en sus vidas y la promoción personal, son incontables. Porque tenemos que destacar, como siempre que hablamos de igualdad,  que esta institución es y fue siempre pública. Para reducir desigualdades, para erradicar la pobreza, para fomentar la cultura gratuita siempre es necesaria la iniciativa pública. Por eso, nos entristece cuando se cuestiona lo público o se reparan gastos en beneficio de la mayoría, desde una visión economicista que olvida la justicia social.

Las escuelas rurales han sido y son fuente de desarrollo rural. Sin escuelas, nuestros campos se despueblan, se empobrecen. No nos lamentamos lo suficiente cada vez que se cierra una escuela rural. He repasado con dolor la lista de escuelas homenajeadas, dentro de los Colectivos de Escuela Rurales, y cuando aparece la señal de cerrada, la desazón es enorme. Cuánto me gustaría que el programa del Cabildo de Gran Canaria de recuperación del sector primario, de apoyo a la ganadería y el medio rural revitalizara nuestros campos y se reabrieran esos centros que forman parte de la historia cultural de esta isla.

Y sosteniendo estas escuelas siempre han estado las maestras rurales, las maestras de escuelas unitarias. Han creado un estilo, una forma singular de tratar con su alumnado, con las familias, con el medio natural que rodeaba las escuelas. Han sabido incorporar al proceso de enseñanza todos los contenidos que las familias, el trabajo rural y la propia naturaleza proporcionaban. Han hecho de la educación un proceso tan natural que se fundía con las estaciones, con los tiempos de siembra, de siega o de recogida, con los colores de una flora fantástica como la nuestra y con la música de una fauna que anticipaba las notas del pentagrama.

Estas maestras se identificaron con el medio humano y natural y consiguieron unir voluntades y edades. Allí convivían y cooperaban el galletón de trece años con la niña de seis que al principio parecía asustada pero que pronto comprobaba que la escuela era una continuación de la era, del parral de su casa o de la fuente a la que concurría. Parte del progreso de Gran Canaria se debe a esta sabiduría, a esta entrega, a esta vocación que ahora nos sentimos honrados de reconocer públicamente. 

Gabriela Mistral les dedicó un poema  muy duro pero entrañable que nos habla de  que la Maestra era pura, (“los suaves hortelanos (…) han de conservar puros los ojos y las manos”), que era pobre, (“Su reino no es humano), que era alegre (“¡pobre mujer herida!/su sonrisa fue un modo de llorar con bondad. / Por sobre la sandalia rota y enrojecida, /tal sonrisa, la insigne flor de su santidad/).  Que fue muchas veces incomprendida (“Oh, labriego (pasaste sin besar su corazón en flor” (…) “Campesina…Cien veces la miraste, ninguna vez la viste/ ¡y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!”).

El trabajo de las escuelas rurales hoy agrupadas en los Colectivos de Escuelas Rurales, supone un acto de creación cultural de primer nivel. Han creado y están creando contenidos, materiales, recursos didácticos. Pero también han editado experiencias, estrategias de conocimiento del medio, de rescate de tradiciones orales, de folklore y juegos populares. Convendría que recopiláramos toda esa riqueza para testimonio de la mejor cultura educativa canaria. El Cabildo de Gran Canaria está dispuesto a colaborar para la pervivencia de toda esa riqueza cultural.

Seis Colectivos  de Escuelas Rurales asumen hoy  la representación de todas las que han luchado a lo largo de la historia por estas escuelas y por tanta gente del mundo rural grancanario. Los Colectivos de Santa Brígida-Vega de San Mateo, Firgas-Artenara, Gáldar-Guía y Agaete, Ingenio-Agüimes, Telde-Valsequillo, Moya y San Bartolomé de Tirajana, mantienen viva la llama de la escuela pública de los pagos rurales de Gran Canaria.

Estos homenajes miran con gratitud al pasado, pero deben también transmitir un mensaje de esperanza y de futuro. El progreso de Gran Canaria tiene que contar con el mundo rural. No podemos entendernos sin la identificación con nuestro paisaje. Así lo han escrito y dibujado nuestros grandes artistas como Pedro García Cabrera, Antonio Padrón, Tomás Morales o Felo Monzón. 

Y así lo pensamos quienes creemos que el futuro de Gran Canaria tiene que ser sostenible o no será. Y ese futuro verde, con una economía respetuosa con nuestras producciones y una atmósfera limpia para disfrutar de la  naturaleza que nos acoge, tiene que recuperar, potenciar, conservar nuestro mundo rural. En diálogo con otras zonas de progreso, pero afianzando las raíces que nos han hecho como somos.

Las maestras rurales presentes ese día en el Cabildo y las miles que las han precedido, han hecho grande esta tierra. No podemos dejar de reconocerlo y publicarlo para conservar sus enseñanzas.

MUJERES EMPAQUETADORAS DE TOMATES

La semana pasada El Patio del Cabildo grancanario acogió un acto entrañable en recuerdo y homenaje de un trabajo y un ejemplo que han sido fundamentales para el progreso de nuestro pueblo y para el reconocimiento del papel de las mujeres del empaquetado, de la aparcería y del mundo rural de nuestra isla.

Se presentó el libro “Mujeres empaquetadoras de tomates. Una historia llena de vida, de lucha y de esperanza”, un texto redactado y coordinado por Domingo Viera y hecho realidad gracias a la labor de una comisión de la asociación de Mujeres Empaquetadoras de Tomates que se encargó de recoger testimonios y experiencias de décadas de esfuerzos y batallas -de vida, de lucha y de esperanza- para defender sus derechos y su dignidad. Recordar con detalle las situaciones vividas por estas mujeres con los contratos irregulares, con los horarios interminables, con el trato desconsiderado, agiganta el valor de los desafíos que protagonizaron al final de la dictadura y principios de la transición.

Esta tierra nuestra tiene detrás una historia de escasez, de carencias y de retrasos. Cuando después de la guerra civil volvimos a vivir uno de esos episodios duros de pobreza y hambre que se repitieron a lo largo de los siglos los tomateros significaron una salida para miles de familias de Gran Canaria que no podían sobrevivir en sus ocupaciones habituales.

Varias generaciones crecieron, en medio de latadas, socos y cucañas, sorribando las fanegadas de tierras, abriendo surcos, plantando las semillas, arrastrando las malas hierbas, aprovechando el maste para el ganado, cargando los frutos de las faldiqueras a los ceretos para después trasladarlos a los almacenes de empaquetado… Se vivieron épocas muy duras, de inmigración interior y de otras islas hacia Las Majoreras, Las Puntillas, Montaña de los Vélez, Las Rosas, Cruce de Arinaga, Cruce de Sardina, Doctoral, El Tablero, El Castillo del Romeral, La Aldea, Gáldar…. Épocas de condiciones precarias de vida, de cuarterías, de sangre, sudor y lágrimas, de regímenes laborales casi feudales, de combates sociales que consiguieron democratizar la producción.

En ese momento, las mujeres del empaquetado dieron un paso al frente y asumieron la triple jornada, la triple ocupación: cuidaron de la familia, trabajaron en el empaquetado, dedicaron con frecuencia muchas horas a la aparcería cuando se plantaban algunos celemines –sin contrato, sin cotizaciones-, y educaron a sus hijos. Soportaron un modelo de vida que las ocupaba veinte horas al día, firmes, recias… Mujeres fuertes como mi madre o mi tía, tantas amigas, tantas vecinas… porque esa es mi cuna y me siento inmensamente orgulloso de ella.

Mujeres sin horario que, además, hacían los quesos, daban de comer a los animales, lavaban las ropas en las acequias, cosían con velas o carburos por la noche, hacían el pan de madrugada, llevaban a sus hijos al médico, administraban el dinero de la familia… Mujer, como canta Neruda, “(…) Trabajadora dura en tus trabajos/ amorosa, estrellada como el cielo/ en el ciclo tenaz de la ternura,/mujer valiente de las profesiones,/obrera de las fábricas crueles,/doctora luminosa junto a un niño,/lavandera de las ropas ajenas,/escritora que ciñes/una pequeña pluma como espada/(…) Mujer sagrada que de la miseria/ multiplica su pan con llanto y lucha/mujer,/título de oro y nombre de la tierra”.

De ese tiempo tenemos que destacar la capacidad de resistencia y de compromiso. No recuerdo a mujeres quejosas o amargadas. Al contrario, eran la cara de la reciedumbre, del esfuerzo, de la cohesión familiar. Alentaron la lucha y fueron vanguardia de un cambio en la relación con aquellas empresas que con frecuencia tuvieron comportamientos medievales y explotadores. Los primeros movimientos de liberación de las mujeres en nuestra tierra tienen el color rojo del tomate y fueron capaces de expresar rebeldía, dignidad y solidaridad cuando en los almacenes plantearon un cambio en la relaciones de trabajo. La ONU lo reconoció mucho más tarde. En 2007 su Asamblea General acordó celebrar cada 15 de octubre el Día internacional de la Mujer Rural con el objetivo fundamental de reconocer “la función y contribución decisivas de la mujer rural, incluida la mujer indígena, en la promoción del desarrollo agrícola y rural, la mejora de la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza rural”.

Hoy, disponer de un convenio colectivo, regular las jornadas laborales, tener representación sindical o castigar los abusos sexistas de los encargados, nos parece algo natural, pero ellas lo consiguieron cuando no existían esos derechos y la dictadura perseguía y castigaba esas reivindicaciones sin piedad. Esa historia de bregas sin tregua tiene que ser conocida, recordada y agradecida porque necesitamos que esos valores se hereden, se mantegan, se peleen por las nuevas generaciones porque no surgen por generación espontánea. Supieron “deshacer torres de prejuicios” para “hacer mariposas con las hojas de las leyes antiguas” como escribió Mercedes Pinto.

Tenemos que educar en la dignidad, en la lealtad, en la solidaridad, en el compromiso. Pero sobre todo debemos alentar la conciencia de que necesitamos seguir avanzando hacia la misma utopía que las inspiró a ellas para no renunciar a un mundo justo donde todas y todos tengamos la oportunidad de crecer como personas y vivir con respeto a nuestros derechos esenciales. Cuando empezaron a pelear pudimos vislumbrar que ese cambio estaba más cerca. Muchos años después hemos comprobado que el camino era más largo y con más imprevistos. Pero nos enseñaron que no hay razones para el desaliento. Al contrario.

Y porque hay vida y hubo lucha hay esperanza. Si ellas en condiciones mucho peores que las actuales pudieron plantar cara, conquistar derechos, sacar adelante a sus familias… hoy no tenemos razones para dimitir del trabajo, de la lucha, de la defensa de los derechos y la dignidad. Han sido y son una fuente para afianzar nuestras convicciones acerca de que la historia avanza, de que los seres humanos superamos los horrores y las pérdidas de derechos y libertades que a veces sufrimos.

Al mismo tiempo que recordamos tiempos de defensas de derechos y progreso de las mujeres empaquetadoras, hoy en el mundo vivimos incertidumbres y riesgos de retroceso social que no debemos ignorar u ocultar. Al contrario, quienes nos enfrentamos al fascismo de la dictadura española debemos estar alertas frente a nuevos fascismos que encandilan a pueblos y a naciones que olvidan la historia.

Este libro, las experiencias en él narradas, la historia recogida, atestiguan que han valido la pena las batallas que han librado nuestras mujeres a lo largo de nuestra historia. Sirvieron para la subsistencia de las familias, para el reconocimiento de la clase trabajadora como agente decisivo del progreso de nuestro pueblo y sobre todo para comprender el papel fundamental de las empaquetadoras canarias, como nunca había ocurrido antes.

Pero no debemos mirar solo al pasado. Sus enseñanzas siguen siendo válidas y útiles para el tiempo que nos ha tocado vivir. En un momento actual de capitalismo voraz y sin alma, tenemos que recordar que demostraron que las personas están por delante de los balances, que los muros están para saltarse y que la generosidad con quienes están peor siempre es recompensada.

Gran Canaria hoy se siente más reconfortada al reconocer esta lucha que unió a mujeres del sur con las del norte, que juntó las vidas del este y del oeste. Porque una historia que ha ignorado a las mujeres, que las ha mantenido invisibles, siempre está por escribir.

La mayoría de estas mujeres están felizmente jubiladas para sus trabajos habituales pero no deben jubilarse para seguir transmitiendo a su hijos, a sus nietos y a toda la población que quiera escucharlas que aquella experiencia que las hermanó sirvió entonces y sirve hoy para ganar en justicia social, en orgullo para las mujeres trabajadoras y en bienestar para toda la población. Porque como dice José Lezama Lima, mujer, “Si te atolondraras,/ el firmamento roto/ en lanzas de mármol/ se echaría sobre nosotros”.

HACIA UN PLANETA 50-50

Han pasado casi cien años desde aquella conferencia impartida en la Universidad Central de Madrid por la escritora y poetisa canaria Mercedes Pinto “El divorcio como medida higiénica”, un texto publicado por el Cabildo de Gran Canaria y el Instituto Canario de Igualdad. Por esa conferencia tuvo que pagar el precio político del exilio durante la dictadura de Primo de Rivera.

El próximo miércoles 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Han pasado 160 años desde aquella manifestación en la que las obreras textiles de Nueva York protestaban por las condiciones de opresión laboral que sufrían y han transcurrido 109 años del incendio durante la primera semana de marzo de 1908 de una fábrica textil de Nueva York donde las trabajadoras se encontraban en huelga para reivindicar la reducción de la jornada a diez horas y que se permitiera un tiempo de lactancia. 100 mujeres murieron víctimas del fuego cuyo origen se atribuyó al dueño de la fábrica. Estos dos hechos fueron los que inspiraron a la ONU para proclamar el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Este 2017 las Naciones Unidas han escogido como lema  «Las mujeres en un mundo laboral en transformación: hacia un planeta 50-50 en 2030».

Se plantean como objetivos para 2030: Velar porque todas las niñas y todos los niños terminen los ciclos de la enseñanza primaria y secundaria, que ha de ser gratuita, equitativa y de calidad y producir resultados escolares pertinentes y eficaces; que todas las niñas y  niños tengan acceso a servicios de atención y desarrollo en la primera infancia y a una enseñanza preescolar de calidad, a fin de que estén preparados para la enseñanza primaria; poner fin a cualquier  forma de discriminación contra las mujeres y las niñas en todo el mundo; eliminar las formas de violencia contra todas las mujeres y las niñas en los ámbitos público y privado, incluidas la trata y la explotación sexual y otros tipos de explotación, y erradicar todas las prácticas nocivas, como el matrimonio infantil, precoz y forzado y la mutilación genital femenina.

Afortunadamente en nuestro país muchos de esos objetivos que se plantea la ONU ya se han logrado. Pero conviene no perder la memoria histórica y recordar que hace apenas cuatro décadas sufrimos una dictadura en la que el Código Penal era profundamente machista. Los asesinatos cometidos por maridos o padres de mujeres acusadas de adulterio apenas se castigaban con el destierro de los asesinos; durante la dictadura las mujeres necesitaban  la firma de su marido para poder tener una cuenta corriente en el banco.  Con la democracia cambiaron esas leyes vigentes durante 40 años, pero ya sabemos que el cambio de mentalidad es mucho más lento que el cambio de legislación, por eso una ley contra la violencia de género puede ser acertada y avanzada, pero sin un cambio de mentalidad será difícil reducir a cero las muertes por violencia machista. Sin un esfuerzo en la educación y la formación los avances serán apenas perceptibles. Hay que ir más allá, sin duda, ya que se trata de hacer posible un cambio en las condiciones estructurales, económicas, políticas e ideológicas que mantienen a las mujeres en situaciones de dependencia y exclusión. Y no podemos cerrar los ojos al reconocimiento de que el sistema capitalista genera una doble explotación económica y de género.

Y ocurre en todos los ámbitos. A pesar de los cambios legales, en el mercado laboral sigue persistiendo una terrible desigualdad entre hombres y mujeres. El pasado 22 de febrero se conmemoró el Día por la Igualdad  Salarial. Con motivo de ese día el sindicato Comisiones Obreras hizo público un estudio en el que señalaba que en España las mujeres deberían trabajar 109 días más al año para cobrar lo mismo que los hombres. En estos momentos las mujeres cobran un 30% menos de salario anual que los hombres. Respecto a la brecha salarial, España ocupa el 7º puesto de la Unión Europea y el desempleo femenino, según datos del pasado mes de enero, es seis puntos superior al del hombre.

Las causas de esta desigualdad no están en el machismo de los empresarios. El propio sindicato señala que hay una mayor frecuencia de acceso de las mujeres a las medidas de conciliación laboral provocada por la desigual distribución de las cargas familiares y las tareas de la casa, lo que  se traduce en interrupciones más frecuentes en la vida laboral de las mujeres. Aunque trabajen en el mismo sitio y con las mismas responsabilidades, los complementos en el salario de un hombre suelen ser mucho más elevados que en el de la mujer. Por esa  mayor implicación en las tareas del hogar o en las responsabilidades familiares, ellas suelen tener menos disponibilidad horaria para la prolongación de jornada y al final también suelen tener menos ingresos como complemento por la antigüedad en la empresa. Tales aspectos se utilizan frecuentemente para la definición de complementos del salario y pertenecen al terreno de la configuración de la estructura salarial en las empresas.

Para intentar reducir esta desigualdad salarial el Parlamento Europeo propone que los permisos por maternidad o paternidad sean individuales e intransferibles, que se retribuyan de forma adecuada y que la duración no sea excesiva para evitar los efectos negativos sobre la situación en el mercado de trabajo y la trayectoria laboral de los progenitores.

Un estudio de la Comisión Europea publicado en 2016 señala que la menor participación de las mujeres en el mercado laboral provoca una pérdida del 10% del PIB. Otro dato importante que se ignora cuando se habla del PIB es la importante contribución a la economía del trabajo doméstico y de los cuidados a familiares que suelen realizar las mujeres. Aunque no están remunerados, es indiscutible su contribución a la Economía.

He tenido la oportunidad de pronunciarme públicamente a favor de las reivindicaciones laborales  de las camareras de piso. Precisamente en estos años en los que el sector turístico canario ha sido uno de los que primero ha salido de la crisis económica, he sostenido en distintos foros que para tener un turismo de calidad es fundamental el respeto a las condiciones laborales dignas de los trabajadores y trabajadoras. Las camareras de piso son el 20% del personal de la industria hotelera. No puede ser que en años de récords turísticos se les haya obligado a trabajar más por el mismo salario con la excusa de la crisis. Lo denuncié cuando UGT y CCOO nos invitaron a la presentación del libro “Las que limpian los hoteles. Historias ocultas de la precariedad laboral” y lo escribí también en un artículo en este medio. Precisamente esta semana en la que las ocurrencias del expresidente del Gobierno español José María Aznar y del presidente del Banco de España de aumentar la edad de jubilación han generado una gran polémica, conviene recordar la reflexión del doctor Joan López Lloret en el mencionado libro: “aún no he visto a ninguna camarera de piso llegar a los 65 años para jubilarse.”

Ya en nuestro programa de gobierno del pacto progresista del Cabildo de Gran Canaria nos propusimos como uno de los objetivos prioritarios la lucha por la igualdad entre géneros. Por eso creamos la consejería de Igualdad, para intentar combatir cualquier discriminación de la mujer. Para propiciar espacios que faciliten aumentar sus oportunidades, orientarlas y defenderlas ante situaciones de violencia, facilitar el empleo y la formación, apoyar las iniciativas de emprendeduría e innovación, generar conciencia como elemento clave para avanzar en una sociedad más igualitaria… Sabemos que las políticas de Igualdad deben ser transversales, no se pueden quedar en campañas de sensibilización promovidas por una sola consejería. Pero el hecho de que exista una consejería de Igualdad ayuda a visibilizar más este problema. Para este 2017 hemos aumentado su presupuesto en medio millón de euros. Hemos decidido crear un Observatorio sobre la Igualdad y  un Consejo de la Igualdad formado por los 21 municipios. Hemos sido el primer Cabildo en firmar un protocolo para prevenir casos de acoso sexual en el trabajo….Y en estos días estamos desarrollando un amplio abanico de actividades encaminadas a informar, animar al compromiso, facilitar la solidaridad y el reconocimiento pleno de los derechos de las mujeres… 

Han pasado casi cien años desde aquella conferencia impartida en la Universidad Central de Madrid por la escritora y poetisa canaria Mercedes Pinto “El divorcio como medida higiénica”, un texto publicado por el Cabildo de Gran Canaria y el Instituto Canario de Igualdad. Por esa conferencia tuvo que pagar el precio político del exilio durante la dictadura de Primo de Rivera. En el texto, Mercedes Pinto defendía el derecho al divorcio en los casos en que la  enfermedad de un cónyuge pudiera perjudicar a la descendencia. Pinto hablaba desde su propia experiencia porque sufrió la convivencia con un marido con paranoia. En la charla dijo “Yo vengo aquí sin pretensiones de ningún género; vengo como una mujer cristiana y sencilla que ha llorado y ha visto llorar, y recogiendo mi dolor y el dolor de las otras mujeres que se han cruzado conmigo en el camino”. A pesar de esa humildad, su texto leído en un lugar público ante mucha gente importante en 1923 fue tremendamente valiente,  y por eso le costó el exilio a Sudamérica. Un discurso que planteaba el derecho al divorcio sin entrar en el derecho a volver a casarse: “me he limitado a pedir el alejamiento del peligro, sin rogar que nos permitan la felicidad”. Es cierto que hemos avanzado mucho, pero nos queda mucho por hacer si un siglo después tenemos que seguir recordando las cifras de la brecha salarial, los datos del desempleo, el rostro femenino de la pobreza, los datos de la violencia machista que confirman que once mujeres han sido asesinadas en lo que va de año en España y que cada día, según el Ministerio de Interior, se producen tres violaciones (entre un 70% y un 80% en el entorno más cercano). Y nos queda mucho por hacer y plantar cara ante las actuaciones últimas de Donald Trump o las afirmaciones de la extrema derecha europea que avanza sin descanso y que fue capaz de manifestar hace unos días, a través de un eurodiputado polaco, que “las mujeres deben ganar menos porque son más débiles y menos inteligentes”.